todas las manifestaciones de alegría me son ajenas,
prohibido seguir creyendo
en las bellas primaveras que nunca se han visto.
Se determina que las flores sólo componen las coronas mortuorias,
un tributo más a la muerte que ronda socarrona.
las llamas de lo irrefutable consumen las almas
-o al menos lo que de ellas se cree-
faltan diez para mi hora de amar y ya la
puerta de salida se ve entreabierta.
Me baño en las verdades predicadas por eones,
no hay forma de limpiar las dudas manifiestas,
no encuentro como borrar las manchas del azar,
la existencia pierde sentido
macabro
inundaciones de escepticismo
para nadar en un cosmos sin consciencia.
lascivo para quien le observa desde un rincón
al tono de un blues de paso marcado, burlón,
lento, que más pareciera el quejido
desgarrado de una guitarra mancillada.
los débiles, los justos, los desheredados,
los imbéciles, los leales, los que nada tienen,
los limpios de corazón... todos, sin miramientos.
Se ha hecho insoportable el odio de los
miserables contra el capital, prefieren la
poesía
y la dignidad humana
antes que el trabajo.
La esperanza nos ha confundido lo suficiente
para hacer soportable toda vejación.
caminamos al borde del precipicio,
vemos los rios de borrascosas corrientes,
llevamos soga en nuestros cuellos y hay
vigorosas ramas meciendose con el viento,
pero hemos preferido mezquinamente olvidarnos del
suicidio.
Desafiamos a los dioses para ver si nos toca lo divino,
así sea por castigo.
-que nos sacudan los espasmos hasta desmenbrarnos-
para salir de las malolientes cloacas en que hemos
convertido el sexo y su disfrute, abyectos por la vida.
Enterémonos: para los hombres ya no significa nada,
no les preocupa en lo mínimo, no están dispuestos a
morir por ideales de libertad pura. Déjelos tener
y acumular y con eso basta. Son libres, obvio, de morir,
pero resulta que tampoco en la muerte hay libertad.
en que el
poeta
se hace dios,
sin abandonar su mortal humanidad.