¿Sabes que yo te he matado?, ¿Te reconoces muerta?
He tomado tus manos y les he cercenado caricias;
he tomado de tus labios los besos con insana profanación;
he tomado de tu vida lo más preciado: tu amor, y lejos
me lo he llevado para dejarlo luego solo, humillado y abandonado.
Yo entre sábanas con olor a lirio e ilunadas
he mancillado tu candor: Yo te he matado.
Y yo, yo estoy enfermo y desahuciado, oh,
quiero recostarme y que me dejen allí en la tumba
sin afán ni cuidados, yo, te lo estoy diciendo,
pertenezco entre los muertos abrevados
por las lágrimas nocturnas de azur fiero.
He escuchado cantar tus alientos temerosos
que emanan provocadoras mieles carnosas y febriles,
que se acompañan a veces de suspiros,
recogen en los labios cándidas salivas
ansiosas de besos apasionados.
He escuchado tus negras pestañas batiéndose cual
alas de mariposas, ellas, celosas, guardan para si
los delicados perfumes que emanan de tus ojos,
se oye el crepitar del color intenso que con uñas fuertes
agarran las imágenes del diario acontecer.
Te abrogas el poder de imaginar del sempiterno poeta:
tomas el sollozo de los infames para extasiar placeres,
acrecientas el odio de los forzados para fungir libertades,
azuzas el amor de los malditos para revelar sus dientes,
azotas rayos de ternura que flagelan al hombre y le doblegan,
en tu regazo las orgias lloran su antiguo estertor en artejos lupanares.