Pequeña soledad que tanto
preocupa,
déjate convencer del llanto
y llévate un par de eternidades
al fin…
Las palabras tan ajenas son
de la verdad como la
mente de la realidad…
son promesas de entendimiento
que fenecen a cada sílaba,
aniquilan verdades por doquier,
las palabras crean ausencias.
¿Acaso por decir vida se aparta la muerte?
¿Será que diciendo amor cesa la guerra?
¿gritando felicidad se despoja el dolor?
¿hablando de comida ya no hay hambruna?
Las palabras se mofan de nosotros
con su invisibilidad, aberrante,
maliciosa, hilarante. Seducen
en conciliábulos del saber
nuestras débiles mentes
que no tienen más remedio
que sucumbir… al placer de mentir impunes.
Palabras cual guardianes,
hombres viciosos hablando,
mejunje aborrecible:
intenciones de verdad con
una sarta de palabras mentirosas
adobadas con las sarasas ideas de un idiota
que se pretende sabio…
siete lirios para el entierro.
Basta aguardar la licuefacción.
Rancios hedores acompañan el proceso.
Durante este tiempo unas cuantas lágrimas
correrán por mejillas sonrosadas de gentes
que han creído el conjuro.
¡Basta! déjese algo para los carentes…
de algo, de todo, de nada.
Más allá del insondable vacio
está la presencia de quien yo amo,
entre las ruinas de mis conceptuales construcciones,
rodeada de los trozos de todas mis destrucciones,
en el centro de mis palabras por decir sigue en píe,
incólume, tranquila, es noesis desprovista de las caparazones
del decir. Se precisa para disipar las
apariencias falsas del
existir.
La verdad es la puta que
fallece a cada palabra,
y aquí estamos gritando todo
el tiempo;
pese a todo,
de
muerte en muerte,
seguirán
aflorando para
morir.
Junto a mi sigue
la soledad, se
empeña en
velar las
lágrimas.