lunes, agosto 10, 2009

TRISTEZA ETÉREA

Esto es como escuchar una canción lenta, de esas que con su dejo marcan el compás de un ritmo que acongoja, uno de esos toques mágicos que nos ponen en contacto con ese interior prácticamente desconocido. Eso es lo que escucho a mi alrededor, no puedo dejar de asombrarme por lo pronto y lo poco de mi recordación mundana de lo terrenal y biológico, pues a partir de estas notas me siento en cruzando los umbrales de lo cosmológico y espiritual.

Ven conmigo, mi amor, al mar, al mar del amor… son invitaciones tan cálidas y contenedoras de mensajes que no pueden quedar sólo como formas retorcidas en mente de alguien, sino que acompañan a quien osa decir las cosas en ese tono.

Veo que luego de tan gran taco de expresión, finalmente fue poco lo que pude decir, restando por agregar, sólo, que amo sentirme así: en conexión con las más finas fibras que integran mi ser en armonía con el universo, que de esta manera me siento real y libre, no reconozco barreras en mi sentir y decir, dejo salir a borbotones lo poco que creo.

Esta parsimonia del espíritu únicamente se cura con el movimiento y la agitación que el día a día nos roba, definitivamente el ocio es el estado natural del hombre, pues, una vez se lo tiene se reconoce la conexión insoluble que hay con el universo. El transe a que inducen las canciones de Pink Floyd sólo es comparable con una muerte lenta, pero sin miedos ni aprensiones, es un letargo de esos que se disfrutan a plenitud desde la soledad y la inmensidad del ego vapuleado…

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