jueves, noviembre 25, 2010

Muere la verdad

Pequeña soledad que tanto

preocupa,

déjate convencer del llanto

y llévate un par de eternidades

al fin…

 

Las palabras tan ajenas son

de la verdad como la

mente de la realidad…

son promesas de entendimiento

que fenecen a cada sílaba,

aniquilan verdades por doquier,

las palabras crean ausencias.

¿Acaso por decir vida se aparta la muerte?

¿Será que diciendo amor cesa la guerra?

¿gritando felicidad se despoja el dolor?

¿hablando de comida ya no hay hambruna?

 

Las palabras se mofan de nosotros

con su invisibilidad, aberrante,

maliciosa, hilarante. Seducen

en conciliábulos del saber

nuestras débiles mentes

que no tienen más remedio

que sucumbir… al placer de mentir impunes.

 

Palabras cual guardianes,

hombres viciosos hablando,

mejunje aborrecible:

intenciones de verdad con

una sarta de palabras mentirosas

adobadas con las sarasas ideas de un idiota

que se pretende sabio…

siete lirios para el entierro.

Basta aguardar la licuefacción.

Rancios hedores acompañan el proceso.

Durante este tiempo unas cuantas lágrimas

correrán por mejillas sonrosadas de gentes

que han creído el conjuro.

 

¡Basta! déjese algo para los carentes…

de algo, de todo, de nada.

 

Más allá del insondable vacio

está la presencia de quien yo amo,

entre las ruinas de mis conceptuales construcciones,

rodeada de los trozos de todas mis destrucciones,

en el centro de mis palabras por decir sigue en píe,

incólume, tranquila, es noesis desprovista de las caparazones

del decir. Se precisa para disipar las

apariencias falsas del

existir.

 

La verdad es la puta que

fallece a cada palabra,

y aquí estamos gritando todo

el tiempo;

pese a todo,

de

muerte en muerte,

seguirán

aflorando para

morir.

 

Junto a mi sigue

la soledad, se

empeña en

velar las

lágrimas.

 

 

 

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