domingo, febrero 14, 2010

Inapetencia

Cuando se llega a estar sumido en la inapetencia, no espanta ni la crueldad del mundo ni la soledad.

De nada sirve tener, es un desperdicio recordar, llorar es anticipar la muerte de a pocos.

Transitar errante por los caminos del desvarío es destino de quien pretende seguir las reglas.

Es probable que él llegue a morir de desencanto, sus preludios son inequívocos, escribe su epitafio paso a paso, su cuerpo anticipa sus lamentos y se dejará lentamente extinguir adormeciéndose hasta el sofoco.

Dañino es creer en ideales, libertad y amor podrían traerse a colación. La libertad es un simple destello de fulgores confusos y delirantes de una fiebre social, es fastidio, es zozobra sin fin; la libertad simplemente otorga títulos de normalidad a cuanto loco anda suelto arrastrando sus tormentas y tormentos mentales, monzones idearios, diríamos. La libertad, sólo una idea que nos venden para que todo pueda continuar fluyendo igual, nos venden una y otra vez lo mismo. Del amor, ah, ¿qué decir?, ya tanto han hablado los filósofos y poetas que redundaríamos, baste decir que es una ingeniosa forma de hacernos nosotros mismos sufrir con la esperanza de alcanzar felicidad, la estupidez en su máxima expresión.

Esas tormentas lejanas de tardes grises dibujan en el interior del inapetente, con trazos burdos y temblorosos de perfumes de lluvia que pululan en el aire con preguntas leves, marcas indelebles que finalmente tatúan en su rostro pensativo los surcos del tiempo.

El pasado se vuelve noción dolorosa para muchos, reconocer que eso ya no importa es difícil. Diría uno que lo verdaderamente indicado es darse cuenta cada día, uno tras otro, quien importa, quién nunca debió importar, quién no deberá importar más, pero, sobre todo, quién siempre deberá importar. En estas condiciones no se requiere preocupación por quienes estuvieron en el pasado, si hoy no siguen al lado, seguramente habrá una razón para que no estén en el futuro.

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