martes, febrero 02, 2010

La elocuencia de un gran silencio

Nada tan prometedor como los alardes de humanidad que se hallan en un aterrado grito en silencio, un desgarrador grito que se vale de un pequeño guiño, un ensordecedor grito que se nutre del miedo pasmoso que embarga un espíritu que se descubre solo y sin posibilidad de compañía.

Bien puede predicarse por eones el mismo y vacio discurso, sin que se modulen palabras comprensibles, sin que se haga el mínimo movimiento ocular de parpadeo, sin mover los labios, sin respirar profundo para ondear levemente las cuerdas bucales.

Son mis pasos reflejo fiel de los caminos que jamás he seguido.

Son mis convicciones lecciones de vida para aquellos que deambulan ansiosos de encontrar algo en que creer. Son mis creencias reflejo de la ausencia de asuntos fuertes a los que apegarse.  Son los asuntos fuertes tan utópicos, deformados e irreales que tendré que continuar supliéndolos con convicciones.

Soy tu voz dictada en ecos confusos de lo no dicho. Soy todo aquello que nunca pasará a la historia. Soy la simple colección de cuadros borrosos, baladís y carentes de ulterior fin.

Sos vos todo aquello que me es dado anhelar. Sólo anhelo aquello sobre lo que puedo edificar convicciones.

Se dicen tan fútiles palabras como aquellas gastadas de tanto padecer encuentros inmerecidos en la cotidianeidad de los vacios diálogos que suscitamos con pretensiones de eternidad.

Tus manos se ven ya gastadas de tanto intentar asir sueños rotos para repararlos. Tus labios se besan secos por haber obsequiados sus mejores mieles a quien pudo haber recibido con igual aprecio las peores hieles. Tus senos cuelgan gráciles pese a las succiones inútiles en jornadas de singular  concupiscencia, mancillados, cuando debieron ser exclusivamente ofrecidos con cariño a los labios de quien deleite, ternura y respetuoso aprecio por sus nutrientes fluidos ha recibido. Sos vos, en últimas, quien representa lo valioso y trascendental que me he topado.

Por lo ya balbuceado, más todo lo que jamás podre reducir a mundanas palabras, prefiero callar con elocuencia y esperar que los implacables segundos reflejen a su propio e irrefrenable ritmo lo que instante a instante tendré para afirmar.

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