Poco sé del miedo, pese a que,
en la noche él me acoge y me hace su huésped,
es más, me cubre con sus vestigios sinuosos
dejando sus penumbras en vastos rodeos amargos.
Quizá el miedo a todos nos circunde ondeante
quizá la noche se esfume entre las aguas
y nuestro miedo fluya hilarante de nada en nada
quedando nosotros vacíos en el día serpenteante.
Sólo las largas cruces nocturnas y flameantes
indican la pena en espiral embravecido y delirante
que acallan las palabras indecibles que
dicta la noche a gritos sobre el miedo absurdo.
Sos vos, noche, la innegable, cual absurdo comprendido
quien indica la miseria de la sangre congelada e inerte,
que cubre los mantos elocuentes de renovados gritos
de horror ¡dolor! de saberte perenne, sempiterno terror.
Ven a mí, miedo irrefrenable, para aprenderte y apreciarte,
para sumirte díscolo en la noche de mis afanes y parloteos,
para ayudarte a olvidar tus verdades.
En algún momento, por cortos instantes, volveremos a ser.
Tal vez.
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